Grupo Literatura

Grupo Literatura

Subcategoría: Arte y literatura
Fecha de creación: 22/12/2011
Descripción: Aquí hablaremos de los mejores podcast del mundillo de la l... teratura Ver más

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Podcast: Literatura
Voz: Manuel López Castilleja Fondo musical: Instrumental Music Of The Early Baroque Youtube.com I Recuerde el alma dormida, avive el seso e des pierte contemplando cómo se passa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el plazer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parescer, cualquiere tiempo passado fue mejor. II Pues si vemos lo presente cómo en un punto s'es ido e acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo non venido por passado. Non se engañe nadi, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de passar por tal manera. III Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, qu'es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos. INVOCACIÓN IV Dexo las invocaciones de los famosos poetas y oradores; non curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas sus sabores. Aquél sólo m'encomiendo, Aquél sólo invoco yo de verdad, que en este mundo viviendo, el mundo non conoció su deidad. V Este mundo es el camino para el otro, qu'es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nascemos, andamos mientra vivimos, e llegamos al tiempo que feneçemos; assí que cuando morimos, descansamos. VI Este mundo bueno fue si bien usásemos dél como debemos, porque, segund nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Aun aquel fijo de Dios para sobirnos al cielo descendió a nescer acá entre nos, y a vivir en este suelo do murió. VII Si fuesse en nuestro poder hazer la cara hermosa corporal, como podemos hazer el alma tan glorïosa angelical, ¡qué diligencia tan viva toviéramos toda hora e tan presta, en componer la cativa, dexándonos la señora descompuesta! VIII Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos. Dellas deshaze la edad, dellas casos desastrados que acaeçen, dellas, por su calidad, en los más altos estados desfallescen. IX Dezidme: La hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color e la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas e ligereza e la fuerça corporal de juventud, todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud. X Pues la sangre de los godos, y el linaje e la nobleza tan crescida, ¡por cuántas vías e modos se pierde su grand alteza en esta vida! Unos, por poco valer, por cuán baxos e abatidos que los tienen; otros que, por non tener, con oficios non debidos se mantienen. XI Los estados e riqueza, que nos dexen a deshora ¿quién lo duda?, non les pidamos firmeza. pues que son d'una señora; que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa, la cual non puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa. XII Pero digo c'acompañen e lleguen fasta la fuessa con su dueño: por esso non nos engañen, pues se va la vida apriessa como sueño, e los deleites d'acá son, en que nos deleitamos, temporales, e los tormentos d'allá, que por ellos esperamos, eternales. XIII Los plazeres e dulçores desta vida trabajada que tenemos, non son sino corredores, e la muerte, la çelada en que caemos. Non mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar. XIV Esos reyes poderosos que vemos por escripturas ya passadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; assí, que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores e perlados, assí los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados. XV Dexemos a los troyanos, que sus males non los vimos, ni sus glorias; dexemos a los romanos, aunque oímos e leímos sus hestorias; non curemos de saber lo d'aquel siglo passado qué fue d'ello; vengamos a lo d'ayer, que también es olvidado como aquello. XVI ¿Qué se hizo el rey don Joan? Los infantes d'Aragón ¿qué se hizieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invinción como truxeron? ¿Fueron sino devaneos, qué fueron sino verduras de las eras, las justas e los torneos, paramentos, bordaduras e çimeras? XVII ¿Qué se hizieron las damas, sus tocados e vestidos, sus olores? ¿Qué se hizieron las llamas de los fuegos encendidos d'amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel dançar, aquellas ropas chapadas que traían? XVIII Pues el otro, su heredero don Anrique, ¡qué poderes alcançaba! ¡Cuánd blando, cuánd halaguero el mundo con sus plazeres se le daba! Mas verás cuánd enemigo, cuánd contrario, cuánd cruel se le mostró; habiéndole sido amigo, ¡cuánd poco duró con él lo que le dio! XIX Las dávidas desmedidas, los edeficios reales llenos d'oro, las vaxillas tan fabridas los enriques e reales del tesoro, los jaezes, los caballos de sus gentes e atavíos tan sobrados ¿dónde iremos a buscallos?; ¿qué fueron sino rocíos de los prados? XX Pues su hermano el innocente qu'en su vida sucesor se llamó ¡qué corte tan excellente tuvo, e cuánto grand señor le siguió! Mas, como fuesse mortal, metióle la Muerte luego en su fragua. ¡Oh jüicio divinal!, cuando más ardía el fuego, echaste agua. XXI Pues aquel grand Condestable, maestre que conoscimos tan privado, non cumple que dél se hable, mas sólo como lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas e sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros?, ¿qué fueron sino pesares al dexar? XXII E los otros dos hermanos, maestres tan prosperados como reyes, c'a los grandes e medianos truxieron tan sojuzgados a sus leyes; aquella prosperidad qu'en tan alto fue subida y ensalzada, ¿qué fue sino claridad que cuando más encendida fue amatada? XXIII Tantos duques excelentes, tantos marqueses e condes e varones como vimos tan potentes, dí, Muerte, ¿dó los escondes, e traspones? E las sus claras hazañas que hizieron en las guerras y en las pazes, cuando tú, cruda, t'ensañas, con tu fuerça, las atierras e desfazes. XXIV Las huestes inumerables, los pendones, estandartes e banderas, los castillos impugnables, los muros e balüartes e barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo passas de claro con tu flecha. XXV Aquel de buenos abrigo, amado, por virtuoso, de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso e tan valiente; sus hechos grandes e claros non cumple que los alabe, pues los vieron; ni los quiero hazer caros, pues qu'el mundo todo sabe cuáles fueron. XXVI Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados e parientes! ¡Qué enemigo d'enemigos! ¡Qué maestro d'esforçados e valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benino a los sujetos! ¡A los bravos e dañosos, qué león! XXVII En ventura, Octavïano; Julio César en vencer e batallar; en la virtud, Africano; Aníbal en el saber e trabajar; en la bondad, un Trajano; Tito en liberalidad con alegría; en su braço, Aureliano; Marco Atilio en la verdad que prometía. XXVIII Antoño Pío en clemencia; Marco Aurelio en igualdad del semblante; Adriano en la elocuencia; Teodosio en humanidad e buen talante. Aurelio Alexandre fue en desciplina e rigor de la guerra; un Constantino en la fe, Camilo en el grand amor de su tierra. XXIX Non dexó grandes tesoros, ni alcançó muchas riquezas ni vaxillas; mas fizo guerra a los moros ganando sus fortalezas e sus villas; y en las lides que venció, cuántos moros e cavallos se perdieron; y en este oficio ganó las rentas e los vasallos que le dieron. XXX Pues por su honra y estado, en otros tiempos passados ¿cómo s'hubo? Quedando desamparado, con hermanos e criados se sostuvo. Después que fechos famosos fizo en esta misma guerra que hazía, fizo tratos tan honrosos que le dieron aun más tierra que tenía. XXXI Estas sus viejas hestorias que con su braço pintó en joventud, con otras nuevas victorias agora las renovó en senectud. Por su gran habilidad, por méritos e ancianía bien gastada, alcançó la dignidad de la grand Caballería dell Espada. XXXII E sus villas e sus tierras, ocupadas de tiranos las halló; mas por çercos e por guerras e por fuerça de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portogal, y, en Castilla, quien siguió su partido. XXXIII Después de puesta la vida tantas vezes por su ley al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey verdadero; después de tanta hazaña a que non puede bastar cuenta cierta, en la su villa d'Ocaña vino la Muerte a llamar a su puerta, XXXIV diziendo: "Buen caballero, dexad el mundo engañoso e su halago; vuestro corazón d'azero muestre su esfuerço famoso en este trago; e pues de vida e salud fezistes tan poca cuenta por la fama; esfuércese la virtud para sofrir esta afruenta que vos llama." XXXV "Non se vos haga tan amarga la batalla temerosa qu'esperáis, pues otra vida más larga de la fama glorïosa acá dexáis. Aunqu'esta vida d'honor tampoco no es eternal ni verdadera; mas, con todo, es muy mejor que la otra temporal, peresçedera." XXXVI "El vivir qu'es perdurable non se gana con estados mundanales, ni con vida delectable donde moran los pecados infernales; mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones e con lloros; los caballeros famosos, con trabajos e aflicciones contra moros." XXXVII "E pues vos, claro varón, tanta sangre derramastes de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganastes por las manos; e con esta confiança e con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperança, qu'estotra vida tercera ganaréis." [Responde el Maestre:] XXXVIII "Non tengamos tiempo ya en esta vida mesquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; e consiento en mi morir con voluntad plazentera, clara e pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura." [Del maestre a Jesús] XXXIX "Tú que, por nuestra maldad, tomaste forma servil e baxo nombre; tú, que a tu divinidad juntaste cosa tan vil como es el hombre; tú, que tan grandes tormentos sofriste sin resistencia en tu persona, non por mis merescimientos, mas por tu sola clemencia me perdona". FIN XL Assí, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos e hermanos e criados, dio el alma a quien gela dio (el cual la ponga en el cielo en su gloria), que aunque la vida perdió, dexónos harto consuelo su memoria. Jorge Manrique, 1477
Género: Podcasting
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Mangabri
16:35 min
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Podcast: Literatura
Voz: Manuel López Castilleja Música: David Lanz_A cup of moonlight Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigant e. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos. -¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros. Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín. -¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante. Los niños escaparon corriendo en desbandada. -Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí. Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía: ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES Era un Gigante egoísta... Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás. -¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros. Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida. Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha. -La Primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año. La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas. -¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también. Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo. -No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo. Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno. -Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales. De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles. Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas. -¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana. ¿Y qué es lo que vio? Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse. -¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño. El Gigante sintió que el corazón se le derretía. -¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños. Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho. Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín. -Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro. Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás. Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante. -Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón? El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso. -No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito. -Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante. Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste. Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él. -¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía. Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín. -Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas. Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando. Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró… Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos. Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo: -¿Quién se ha atrevido a hacerte daño? Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies. -¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo. -¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor. -¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño. Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo: -Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso. Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.
Género: Audiolibros y relatos
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Marta
12:23 min
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Podcast: Literatura
Locución: Manuel López Castilleja Música: Francisco Tárrega_Lágrima Youtube.com Y fue a esa edad... Llegó la poesía a buscarme. No sé, no sé de dónde salió, de invierno o río. No sé cómo ni cuándo, no, no eran voces, no eran palabras, ni silencio, pero desde una calle me llamaba, desde las ramas de la noche, de pronto entre los otros, entre fuegos violentos o regresando solo, allí estaba sin rostro y me tocaba. Yo no sabía qué decir, mi boca no sabía nombrar, mis ojos eran ciegos, y algo golpeaba en mi alma, fiebre o alas perdidas, y me fui haciendo solo, descifrando aquella quemadura, y escribí la primera línea vaga, vaga, sin cuerpo, pura tontería, pura sabiduría del que no sabe nada, y vi de pronto el cielo desgranado y abierto, planetas, plantaciones palpitantes, la sombra perforada, acribillada por flechas, fuego y flores, la noche arrolladora, el universo. Y yo, mínimo ser, ebrio del gran vacío constelado, a semejanza, a imagen del misterio, me sentí parte pura del abismo, rodé con las estrellas, mi corazón se desató en el viento.
Género: Podcasting
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Juan Manuel Pérez Guzmán
01:53 min
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Podcast: LOS BORGIA
La familia Borgia (Borja, apellido español) siempre dejó huella en la historia del renacimiento hispano-italiano, sobre todo en la italiana. Las intrigas, la sed de poder y la política era la base de esta familia que estuvo emparentada con los reyes españoles.
Género: Audiolibros y relatos
Canal: MIS NOVELAS FAVORITAS 2
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Propuesto por:
MANUEL SOLA ROLDAN
04:00 min
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Podcast: Relatos De Terror y Misterio
UNA SERIE DE CUENTOS DE TERROR DEL ESCRITOR EDGAR ALLAN POE
Género: Audiolibros y relatos
Canal: Canal misterios de Ivoox
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Propuesto por:
Rosa Perez
36:46 min
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Podcast: Solo Documental
García Márquez abre las puertas de su mundo mágico en una entrevista con Conchita Penilla filmada por Yves Billon y Mauricio Martínez-Cavard que sirve como eje de este documental. Son muy raras las ocasiones en las que el autor colombiano concede entrevistas filmadas. Este testimonio constituye por tanto un documento excepcional, y de viva voz, sobre la obra y los procesos creativos del premio Nobel. A través de la palabra asistimos a un completo recorrido por la vida, la obra y los métodos del escritor colombiano. «La escritura de ficción es un acto hipnótico. Uno trata de hipnotizar al lector para que no piense sino en el cuento que tú le estas contando y eso requiere una enorme cantidad de clavos, tornillos y bisagras para que no despierte. Eso es lo que llamo la carpintería, es decir es la técnica de contar, la técnica de escribir o la técnica de hacer una película. Una cosa es la inspiración, otra cosa es el argumento, pero cómo contar ese argumento y convertirlo en una verdad literaria que realmente atrape al lector, eso sin la carpintería no se puede.»
Género: Documentales y TV
Canal: CANAL HISTORIA
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Propuesto por:
Margarita
52:43 min
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Podcast: Podcast Noviembre Nocturno
Escrito entre marzo y agosto de 1921 por El Maestro Howard Philips Lovecraft, el relato"El Extraño" se publicaría por primera vez con el título oríginal "T he Outsider", en abril de 1926 en la revista Weird Tales. El argumento nos conduce a través de los pensamientos de un misterioso personaje cuyas divagaciones se sumergen en las inquietantes visiones de una memoria enrarecida, abandonada a su suerte en las ruinosas y oscuras galerías de un castillo subterráneo. El tortuoso paso del tiempo y su oscuridad, empujan a nuestro protagonista en una frenética búsqueda de luz, que le llevará a descfirar el perdido enigma de su memoria. H.P Lovecraft escribiría en su correspondencia personal, que de entre todos sus relatos "El extraño" sería el más similar a las maneras de su ídolo, Edgar Allan Poe. En él imprimiría según sus propias palabras, "el apogeo de la imitación inconsciente de Poe". Y resulta fascinante para muchos de sus admiradores comprobar como el personaje absorve en gran medida la identidad desconcertada y solitaria del Maestro Lovecraft, que en todo momento se sintió ajeno a las aceleradas y superficiales inquietudes de su tiempo, estancado quizá, en la negrura de una mazmorra de ensoñaciones; extraviado, deformado, olvidado en el renacer de la vida, temeroso de la tan deseada madurez, maravillado y aterrado ante el poder inigualable de la grandiosa muerte... Si son ustedes de los que padecen el indecible terror mañanero de su propio rostro reflejado en el espejo, o si tienen el privilegio de contar con algún compañero de piso subterráneo, que a penas abandona ya las fronteras de su alcoba salvo para horrorizar a sus comensales con la terrible efigie de su enjuto semicadaver. No lo duden, escribannos a noviembrenocturno@gmail.com y nos lo traemos al programa, aquí podrá alimentarse de cereales con leche y malvivir escribiendo junto al resto de nuestro inexistente equipo de guionistas. Saludos tentaculares. Desde Noviembre Nocturno.
Género: Radio
Canal: Noviembre Nocturno
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Propuesto por:
joker_gla
41:46 min
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Podcast: Relatos De Terror y Misterio
UNA SERIE DE CUENTOS DE TERROR DEL ESCRITOR EDGAR ALLAN POE
Género: Audiolibros y relatos
Canal: Canal misterios de Ivoox
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Propuesto por:
CELESTESVLL
26:00 min
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Podcast: Podcast Noviembre Nocturno
Homenaje al peculiar escritor madrileño,Leopoldo María Panero que incluye una síntesis de su biografía basada en la obra de J.Benito, Fernández, "El Contor no del Abismo" y en el que incluímos algunos de sus poemas más célebres; por orden de aparición: "Canción para una Discoteca", "Deseo de ser Piel Roja","Bello es el Incesto" "Heroína", "El Lamento del Vampiro","A Francisco", , "Himno a la Espía" y "La Maldad Nace de la Supresión Hipócrita del Gozo"; además de algunos fragmentos del filme de Ricardo Franco, "Después de tantos Años". Poeta maldito, loco diagnosticado y rebelde entre los rebeldes, aún escribe su historia recluido en una institución psiquiatrica de las palmas, y aunque esto pueda generar ciertos prejuicios entre los que escuchen la narración de su vida, si son ustedes amantes de la literatura, de la poesía e incluso de las historias de aventuras, les recomendamos no se pierdan un instante de la vida y la obra de Leopoldo.
Género: Radio
Canal: Noviembre Nocturno
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Propuesto por:
SaronBamedi
01:04:31 min
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Podcast: Podcast Noviembre Nocturno
En 1919, H.P Lovecraft publicó el relato que describe el prodigioso alzamiento de Sarnath, una monumental urbe construída hace más de mil años, a orillas de un vasto y y extraño lago en las tierras de Mnar.Durante siglos, la ciudad fue un ejmeplo de prosperidad y desarrollo, pero como en otros relatos de El Maestro, sus habitantes guardaban un oscuro, olvidado y antiguo secreto, pues Sarnath se levantó tras el saqueo y la destrucción de un asentamiento primigenio, la ciudad de Ib, habitada por extrañas criaturas, muy anteriores a la llegada de los nómadas que edificarían la envidiada Sarnath, y no hemos encontrado momento más oportuno para narrar esta historia, en la que los miedos y ambiciones de los hombres terminaron por conducirlos a un inesperado y fatal destino..
Género: Radio
Canal: Noviembre Nocturno
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Propuesto por:
scanners
34:37 min
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Podcast: Podcast Noviembre Nocturno
Noviembre Nocturno dedica sus terroríficas paranoias a homenajear la figura del escritor argentino Jorge Luis Borges. A través de los relatos "La Casa de Aste rión" y "La Escritura del Dios" intentaremos realizar un primer acercamiento a la acongojante majestuosidad de su obra y especialmente a su recopilación de cuentos "El Aleph". Borges es un referente ineludible del género fantástico, heredero de las antiguas mitologías y los terrores góticos, adepto Lovecraftiano, amplio conocedor de Poe y filósofo tentacular de la literatura metafísica... Ya estábamos tardando en ficcionarle. El Aleph fue publicado por pirmera vez en 1949. El escritor argentino Jorge Luis Borges recopiló en él 17 cuentos que giran en torno a la idea del hombre frente a la eternidad y marcó esta tendencia a través de la magia de sus palabras...Así lo hace en el relato que da nombre a esta recopilación: "Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; entonces, cómo transmitir a los otros el infinito Aleph"; así lo hace también en el relato "La Otra muerte": "En la Suma Teológica se niega que Dios pueda hacer que lo pasado no haya sido, pero nada se dice de la intrincada concatenación de causas y efectos, que es tan vasta y tan íntima que acaso no cabría anular un solo hecho remoto, por insignificante que fuera, sin invalidar el presente. Modificar el pasado no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas. Dicho sea con otras palabras; es crear dos historias universales" ; también en el relato El Inmortal" se puede leer: "Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal" ; y por supuesto en "La casa de Asterión" : "Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión". Borges bebió de los viejos terrores góticos, de las fantasías ancestral y del mito imperecedero para renegar del mundo que nos atrevemos a llamar real y construir uno propio a partir de su onírico entendimiento...Como diría Jaime Alazraki conocido estudioso del escritor, "Borges acepta la condición de fracaso de la palbra en relación a la realidad y crea una realidad nueva a partir de ese fracaso. Por boca de Asterión habla el filósofo; en el escritor que quiere comunicar lo incomunicable asoma el poeta". Si ustedes, como nosotros y como Borges en su Asterión se sienten alguna vez perdidos en el laberinto de la realidad, no duden en escirbirnos a noviembrenocturno@gmail.com Oníricos saludos
Género: Podcasting
Canal: Noviembre Nocturno
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Propuesto por:
SaronBamedi
39:53 min
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Podcast: La Milana Bonita
Un mundo feliz es un texto que te atrapa y te obliga a plantearte muchas cuestiones sobre la sociedad actual. Por ejemplo y pese a que pueda parecer exagerado, durante su lectura habrá muchos que se cuestionen si en realidad nos encontramos tan lejos de ese estrambótico planeta que describió el escritor inglés allá por el 1932. En la irónica utopía del futuro que analizaremos este fin de semana, se nos plantea una sociedad en el que existen cultivos humanos basados en una compleja tecnología reproductiva, donde todos y cada uno de los individuos están asignados a una casta y lo aceptan, donde la guerra y la pobreza se han erradicado, y donde la felicidad se ha alcanzado tras derribar de las costumbres aquellos vicios que podían ocasionar sufrimiento como la filosofía, la religión o la literatura. Sin lugar a dudas, el análisis que realizamos es complejo y apasionante. Desgranamos todos esos pequeños detalles y damos nuestra visión personal con el inconfundible sello de La Milana Bonita: desde un punto de vista ameno, divertido y apasionado por las letras. ¡La revolución ha comenzado! http://www.lamilanabonita.com
Género: Radio
Canal: Milana Bonita
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Propuesto por:
Dos viejos quejándose
01:09:33 min
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Podcast: Literatura
Locución: Manuel López Castilleja Música: Esther Abrami_Remembering_Her Youtube.com El limonero lánguido suspende una pálida rama polvorienta sobre el encanto de la fuente limpia, y allá en el fondo sueñan los frutos de oro... Es una tarde clara, casi de primavera, tibia tarde de marzo que el hálito de abril cercano lleva; y estoy solo, en el patio silencioso, buscando una ilusión cándida y vieja: alguna sombra sobre el blanco muro, algún recuerdo, en el pretil de piedra de la fuente dormido, o, en el aire, algún vagar de túnica ligera. En el ambiente de la tarde flota ese aroma de ausencia, que dice al alma luminosa: nunca, y al corazón: espera. Ese aroma que evoca los fantasmas de las fragancias vírgenes y muertas. Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara, casi de primavera, tarde sin flores, cuando me traías el buen perfume de la hierbabuena, y de la buena albahaca, que tenía mi madre en sus macetas. Que tú me viste hundir mis manos puras en el agua serena, para alcanzar los frutos encantados que hoy en el fondo de la fuente sueñan... Sí, te conozco, tarde alegre y clara, casi de primavera.
Género: Podcasting
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Mangabri
01:49 min
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Podcast: La Órbita De Endor - podcast-
Hoy tenemos un programa especial de cara a la Navidad en el que, por supuesto, pasaremos olímpicamente de la Navidad, pero en el que os haremos un regalo: Una hora más de programa. Comenzaremos con el 25º aniversario de LOS INMORTALES, la película protagonizada por la mirada “perdonavidas” de Christopher Lambert y con un carismático y ¿españolizado? Sean Connery. Como colaborador encargado de aportar información y pura nostalgia estará el Coronel Kurtz. Después analizaremos una nueva saga de videojuegos destinada a convertirse en clásica, ASSASSINS CREED. Junto a Marc Rollans Funspot (Funs), presentador del programa amigo Game Over, nos arrojaremos desde la más alta atalaya con el fin de profundizar en una franquicia que está llamada a triunfar en escenarios que están más allá de las plataformas de videojuegos. Esperemos que haya un carro de paja aguardándonos a ras de suelo. Por último, llegaremos a nuestro dossier especial. Un programa en sí mismo. 90 minutos de exploración y estudio acerca de la vida y la obra de uno de los escritores más exitosos de todos los tiempos: STEPHEN KING. Junto a nuestro compañero Raúl Martin repasaremos los títulos más emblemáticos y las vivencias más significativas de un autor prolífico e ingenioso, cuyo estilo narrativo consigue atrapar desde el lector más exigente hasta ése que sólo dedica unos momentos ocasionales a la lectura. Hoy haremos todo lo posible por abarcar lo inabarcable, con ritmo pero con precisión, aunque no haya más remedio que pasar por encima de no pocas historias. Después tendremos el rincón del oyente, donde muy rápidamente y en pocos minutos daremos cuenta de los comentarios suscitados por los contenidos de esta edición. Éste es el último programa “normal” de La órbita de Endor del año 2011. El siguiente será un monográfico largamente ansiado por los oyentes. Y por eso, os ofrecemos un podcast de 2 horas y 42 minutos. Esperamos que os guste. Como siempre, corta cabezas, asesina y escribe: Antonio Runa.
Género: Podcasting
Canal: La Órbita De Endor
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Propuesto por:
MonotematicosFM
02:42:03 min
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Podcast: Literatura
Locución: Manuel López Castilleja Música: Saint-Saëns_The Swan Youtube.com Por el cinco de enero, cada enero ponía mi calzado cabrero a la ventan a fría. - Y encontraba los días que derriban las puertas, mis abarcas vacías, mis abarcas desiertas. - Nunca tuve zapatos, ni trajes, ni palabras: siempre tuve regatos, siempre penas y cabras. - Me vistió la pobreza, me lamio el cuerpo el rio y del pie a la cabeza pasto fui del rocío. - Por el cinco de enero, para el seis, yo quería que fuera el mundo entero una juguetería. - Y al andar la alborada removiendo las huertas, mis abarcas sin nada, mis abarcas desiertas. - Ningún rey coronado tuvo pie, tuvo gana para ver el calzado de mi pobre ventana. - Toda gente de trono, toda gente de botas se rió con encono de mis abarcas rotas. - Rabié de llanto, hasta cubrir de sal mi piel, por un mundo de pasta y unos hombres de miel. - Por el cinco de enero de la majada mía mi calzado cabrero a la escarcha salía. - Y hacia el seis, mis miradas hallaban en sus puertas mis abarcas heladas, mis abarcas desiertas.
Género: Podcasting
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Mangabri
01:59 min
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Podcast: Literatura
Locución de Manuel López Castilleja Música: Bach_Suite N1 in G Major_Prélude Youtube.com He poblado tu vientre de amor y sementera, he prolongado e l eco de sangre a que respondo y espero sobre el surco como el arado espera: he llegado hasta el fondo. Morena de altas torres, alta luz y ojos altos, esposa de mi piel, gran trago de mi vida, tus pechos locos crecen hacia mí dando saltos de cierva concebida. Ya me parece que eres un cristal delicado, temo que te me rompas al más leve tropiezo, y a reforzar tus venas con mi piel de soldado fuera como el cerezo. Espejo de mi carne, sustento de mis alas, te doy vida en la muerte que me dan y no tomo. Mujer, mujer, te quiero cercado por las balas, ansiado por el plomo. Sobre los ataúdes feroces en acecho, sobre los mismos muertos sin remedio y sin fosa te quiero, y te quisiera besar con todo el pecho hasta en el polvo, esposa. Cuando junto a los campos de combate te piensa mi frente que no enfría ni aplaca tu figura, te acercas hacia mí como una boca inmensa de hambrienta dentadura. Escríbeme a la lucha, siénteme en la trinchera: aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera, y defiendo tu hijo. Nacerá nuestro hijo con el puño cerrado envuelto en un clamor de victoria y guitarras, y dejaré a tu puerta mi vida de soldado sin colmillos ni garras. Es preciso matar para seguir viviendo. Un día iré a la sombra de tu pelo lejano, y dormiré en la sábana de almidón y de estruendo cosida por tu mano. Tus piernas implacables al parto van derechas, y tu implacable boca de labios indomables, y ante mi soledad de explosiones y brechas recorres un camino de besos implacables. Para el hijo será la paz que estoy forjando. Y al fin en un océano de irremediables huesos tu corazón y el mío naufragarán, quedando una mujer y un hombre gastados por los besos.
Género: Podcasting
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Mangabri
03:04 min
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Podcast: Podcast MIS NOVELAS FAVORITAS 2
Los últimos días de Pompeya es una novela escrita por Edward Bulwer Lytton en 1834. Se trata una novela histórica del romanticismo que narra los últimos dí as de la vida de unos cuantos habitantes de Pompeya, inmediatamente antes de la destrucción de la ciudad que provocó la erupción del Vesubio en el año 79
Género: Audiolibros y relatos
Canal: MIS NOVELAS FAVORITAS
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Propuesto por:
Piscolab
16:08 min
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Podcast: Literatura
Voz: Manuel López Castilleja Música: Maya Filipic_Anthos Youtube.com ¡Eran tres, siempre los tres!: Rosa, Pinín y la Cordera. El prao Somonte er a un recorte triangular de terciopelo verde tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma. Uno de sus ángulos, el inferior, lo despuntaba el camino de hierro de Oviedo a Gijón. Un palo del telégrafo, plantado allí como pendón de conquista, con sus jícaras blancas y sus alambres paralelos, a derecha e izquierda, representaba para Rosa y Pinín el ancho mundo desconocido, misterioso, temible, eternamente ignorado. Pinín, después de pensarlo mucho, cuando a fuerza de ver días y días el poste tranquilo, inofensivo, campechano, con ganas, sin duda, de aclimatarse en la aldea y parecerse todo lo posible a un árbol seco, fue atreviéndose con él, llevó la confianza al extremo de abrazarse al leño y trepar hasta cerca de los alambres. Pero nunca llegaba a tocar la porcelana de arriba, que le recordaba las jícaras que había visto en la rectoral de Puao. Al verse tan cerca del misterio sagrado le acometía un pánico de respeto, y se dejaba resbalar de prisa hasta tropezar con los pies en el césped. Rosa, menos audaz, pero más enamorada de lo desconocido, se contentaba con arrimar el oído al palo del telégrafo, y minutos, y hasta cuartos de hora, pasaba escuchando los formidables rumores metálicos que el viento arrancaba a las fibras del pino seco en contacto con el alambre. Aquellas vibraciones, a veces intensas como las del diapasón, que aplicado al oído parece que quema con su vertiginoso latir, eran para Rosa los papeles que pasaban, las cartas que se escribían por los hilos, el lenguaje incomprensible que lo ignorado hablaba con lo ignorado; ella no tenía curiosidad por entender lo que los de allá, tan lejos, decían a los del otro extremo del mundo. ¿Qué le importaba? Su interés estaba en el ruido por el ruido mismo, por su timbre y su misterio. La Cordera, mucho más formal que sus compañeros, verdad es que relativamente, de edad también mucho más madura, se abstenía de toda comunicación con el mundo civilizado, y miraba de lejos el palo del telégrafo como lo que era para ella efectivamente, como cosa muerta, inútil, que no le servía siquiera para rascarse. Era una vaca que había vivido mucho. Sentada horas y horas, pues, experta en pastos, sabía aprovechar el tiempo, meditaba más que comía, gozaba del placer de vivir en paz, bajo el cielo gris y tranquilo de su tierra, como quien alimenta el alma, que también tienen los brutos; y si no fuera profanación, podría decirse que los pensamientos de la vaca matrona, llena de experiencia, debían de parecerse todo lo posible a las más sosegadas y doctrinales odas de Horacio. Asistía a los juegos de los pastorcitos encargados de Ilindarla, como una abuela. Si pudiera, se sonreiría al pensar que Rosa y Pinín tenían por misión en el prado cuidar de que ella, la Cordera, no se extralimitase, no se metiese por la vía del ferrocarril ni saltara a la heredad vecina. ¡Qué había de saltar! ¡Qué se había de meter! Pastar de cuando en cuando, no mucho, cada día menos, pero con atención, sin perder el tiempo en levantar la cabeza por curiosidad necia, escogiendo sin vacilar los mejores bocados, y después sentarse sobre el cuarto trasero con delicia, a rumiar la vida, a gozar el deleite del no padecer, y todo lo demás aventuras peligrosas. Ya no recordaba cuándo le había picado la mosca. "El xatu (el toro), los saltos locos por las praderas adelante . . , ¡todo eso estaba tan lejos!" Aquella paz sólo se había turbado en los días de prueba de la inauguración del ferrocarril. La primera vez que la Cordera vio pasar el tren se volvió loca. Saltó la sebe de lo más alto del Somonte, corrió por prados ajenos, y el terror duró muchos días, renovándose; más o menos violento, cada vez que la máquina asomaba por 'a trinchera vecina. Poco a poco se fue acostumbrando al estrépito inofensivo. Cuando llegó a convencerse de que era un peligro que pasaba, una catástrofe que amenazaba sin dar, redujo sus precauciones a ponerse en pie y a mirar de frente, con la cabeza erguida, al formidable monstruo; más adelante no hacía más que mirarle, sin levantarse, con antipatía y desconfianza; acabó por no mirar al tren siquiera. En Pinín y Rosa la novedad del ferrocarril produjo impresiones más agradables y persistentes. Si al principio era una alegría loca, algo mezclada de miedo supersticioso, una excitación nerviosa, que les hacía prorrumpir en gritos, gestos, pantomimas descabelladas, después fue un recreo pacífico, suave, renovado varias veces al día. Tardó mucho en gastarse aquella emoción de contemplar la marcha vertiginosa, acompañada del viento, de la gran culebra de hierro, que llevaba dentro de sí tanto ruido y tantas castas de gentes desconocidas, extrañas. Pero telégrafo, ferrocarril, todo eso era lo de menos: un accidente pasajero que se ahogaba en el mar de soledad que rodeaba el prao Somonte. Desde allí no se veía vivienda humana; allí no llegaban ruidos del mundo más que al pasar el tren. Mañanas sin fin, bajo los rayos del sol, a veces entre el zumbar de los insectos, la vaca y los niños esperaban la proximidad del mediodía para volver a casa. Y luego,.tardes eternas, de dulce tristeza silenciosa, en el mismo prado, hasta venir la noche, con el lucero vespertino por testigo mudo en la altura. Rodaban las nubes allá arriba, caían las sombras de los árboles y de las peñas en la loma y en la cañada, se acostaban los pájaros, empezaban a brillar algunas estrellas en lo más oscuro del cielo azul, y Pinín y Rosa, los niños gemelos, los hijos de Antón de Chinta, teñida el alma de la dulce serenidad soñadora de la solemne y seria naturaleza, callaban horas y horas, después de sus juegos, nunca muy estrepitosos, sentados cerca de la Cordera, que acompañaba el augusto silencio de tarde en tarde con un blanco son de perezosa esquila. En este silencio, en esta calma inactiva, había amores. Se amaban los dos hermanos como dos mitades de un fruto verde, unidos por la misma vida, con escasa conciencia de lo que en ellos era distinto, de cuanto los separaba; amaban Pinín y Rosa a la Cordera, la vaca abuela, grande, amarillenta, cuyo testuz parecía una cuna. La Cordera recordaría a un poeta la zavala del Ramayana, la vaca santa; tenía en la amplitud de sus formas, en la solemne serenidad de sus pausados y nobles movimientos, aire y contornos de ídolo destronado, Caído, contento con su suerte, más satisfecha con ser vaca verdadera que dios falso. La Cordera, hasta donde es posible adivinar estas cosas, puede decirse que también quería a los gemelos encargados de apacentarla. Era poco expresiva; pero la paciencia con que los toleraba cuando en sus juegos ella les servía de almohada, de escondite, de montura, y para otras cosas que ideaba la fantasía de los pastores, demostraba tácitamente el afecto del animal pacífico y pensativo. En tiempos difíciles Pinín y Rosa habían hecho por la Cordera los imposibles de solicitud y cuidado. No siempre Antón de Chinta había tenido el prado Somonte. Este regalo era cosa relativamente nueva. Años atrás la Cordera tenía que salir a la gramática, esto es, a apacentarse como podía, a la buena ventura de los caminos y callejas de las rapadas y escasas praderías del común, que tanto tenían de vía pública como de pastos. Pinín y Rosa, en tales días de penuria, la guiaban a los mejores altozanos, a los parajes más tranquilos y menos esquilmados, y la libraban de las mil injurias a que están expuestas las pobres reses que tienen que buscar su alimento en los azares de un camino. En los días de hambre, en el establo, cuando el heno escaseaba y el narvaso para estrar el lecho caliente de la vaca faltaba también, a Rosa y a Pinín debía la Cordera mil industrias que le hacían más suave la miseria. ¡Y qué decir de los tiempos heroicos del parto y la cría, cuando se entablaba la lucha necesaria entre el alimento y regalo de la nación y el interés de los Chintos, que consistía en robar a las ubres de la pobre madre toda la leche que no fuera absolutamente indispensable para que el ternero subsistiese! Rosa y Pinín, en tal conflicto, siempre estaban de parte de la Cordera, y en cuanto había ocasión, a escondidas, soltaban el recental que, ciego y como loco, a testaradas contra todo, corría a buscar el amparo de la madre, que le albergaba bajo su vientre, volviendo la cabeza agradecida y solícita, diciendo, a su manera: -Dejad a los niños y a los recentales que vengan a mí. Estos recuerdos. estos lazos son de los que no se olvidan. Añádase a todo que la Cordera tenía la mejor pasta de vaca sufrida del mundo. Cuando se veía emparejada bajo el yugo con cualquier compañera, fiel a la gamella, sabía meter su voluntad a la ajena, y horas y horas se la veía con la cerviz inclinada, la cabeza torcida. en incómoda postura, velando en pie mientras la pareja dormía en tierra. Antón de Chinta comprendió que había nacido para pobre cuando palpó la imposibilidad de cumplir aquel sueño dorado suyo de tener un corral propio con dos yuntas por lo menos. Llegó, gracias a mil ahorros, que eran mares de sudor y purgatorios de privaciones, llegó a la primera vaca, la Cordera. y no pasó de ahí: antes de poder comprar la segunda se vio obligado, para pagar atrasos al amo, el dueño de la casería que llevaba en renta, a llevar al mercado a aquel pedazo de sus entrañas, la Cordera. el amor de sus hijos. Chinta había muerto a los dos años de tener la Cordera en casa. El establo y la cama del matrimonio estaban pared por medio, llamando pared a un tejido de ramas de castaño y de cañas de maíz. Ya Chinta, musa de la economía en aquel hogar miserable, había muerto mirando a la vaca por un boquete del destrozado tabique de ramaje. señalándola como salvación de la familia. "Cuidadla; es vuestro sustento". parecían decir los ojos de la pobre moribunda, que murió extenuada de hambre y de trabajo. El amor de los gemelos se había concentrado en la Cordera; el regazo, que tiene su cariño especial, que el padre no puede reemplazar, estaba al calor de la vaca, en el establo. y allá en el Somonte. Todo esto lo comprendía Antón a su manera, confusamente. De la venta necesaria no había que decir palabra a los neños. Un sábado de julio, al ser de día, de mal humor, Antón echó a andar hacia Gijón, llevando la Cordera por delante. sin más atavío que el collar de esquila. Pinín y Rosa dormían. Otros días había que despertarlos a azotes. El padre los dejó tranquilos. Al levantarse se encontraron sin la Cordera. "Sin duda, mío pá la había llevado al xatu." No cabía otra conjetura. Pinín y Rosa opinaban que la vaca iba de mala gana; creían ellos que no deseaba más hijos, pues todos acababa por perderlos pronto, sin saber cómo ni cuándo. AI oscurecer, Antón y la Cordera entraban por la corrada mohínos, cansados y cubiertos de polvo. El padre no dio explicaciones, pero los hijos adivinaron el peligro. No había vendido porque nadie había querido llegar al precio que a él se le había puesto en la cabeza. Era excesivo: un sofisma del cariño. Pedía mucho por la vaca para que nadie se atreviese a llevársela. Los que se habían acercado a intentar fortuna se habían alejado pronto echando pestes de aquel hombre que miraba con ojos de rencor y desafío al que osaba insistir en acercarse al precio fijo en que él se abroquelaba. Hasta el último momento del mercado estuvo Antón de Chìnta en el Humedal, dando plazo a la fatalidad. "No se dirá -pensaba- que yo no quiero vender: son ellos que no me pagan la Cordera en lo que vale." Y, por fin, suspirando, si no satisfecho, con cierto consuelo, volvió a emprender el camino par la carretera de Candás, adelante, entre la confusión y el ruido de cerdos y novillos, bueyes y vacas, que los aldeanos de muchas parroquias del contorno conducían con mayor o menor trabajo, según eran de antiguo las relaciones entre dueños y bestias. En el Natahoyo, en el cruce de dos caminos, todavía estuvo expuesto el de Chinta a quedarse sin la Cordera: un vecino de Carrió que le había rondado todo el día ofreciéndole pocos duros menos de los que pedía, le dio el último ataque, algo borracho.. El de Carrió subía, subía, luchando entre la codicia y el capricho de llevar la vaca. Antón, como una roca. Llegaron a tener las manos enlazadas, parados en medio de la carretera, interrumpiendo el paso . . . Por fin la codicia pudo más; el pico de los cincuenta los separó como un abismo; se soltaron las manos, cada cual tiró por su lado; Antón, por una calleja que, entre madreselvas que aún no florecían y zarzamoras en flor, le condujo hasta su casa. Desde aquel día en que adivinaron el peligro, Pinín y Rosa no sosegaron, A media semana se personó el mayordomo en el corral de Antón. Era otro aldeano de la misma parroquia, de malas pulgas, cruel con los caseros atrasados. Antón, que no admitía reprimendas, se puso lívido ante las amenazas de desahucio. El amo no esperaba más. Bueno, vendería la vaca a vil precio, por una merienda. Había que pagar o quedarse en la calle. El sábado inmediato acompañó al Humedal Pinín a su padre. El niño miraba con horror a los contratistas de carne, que eran los tiranos del mercado. La Cordera fue comprada en su justo precio por un rematante de Castilla. Se la hizo una señal en la piel y volvió a su establo de Puao, ya vendida, ajena, tañendo tristemente la esquila. Detrás caminaban Antón de Chinta, taciturno, y Pinín, con ojos como puños. Rosa, al saber la venta, se abrazó al testuz de la Cordera, que inclinaba la cabeza a las caricias como al yugo. "¡Se iba la vieja!", pensaba con el alma destrozada Antón el huraño. "¡Ella será una bestia, pero sus hijos no tenían otra madre ni otra abuela!" Aquellos días, en el pasto, en la verdura del Somonte, el silencio era fúnebre. La Cordera, que ignoraba su suerte, descansaba y pacía como siempre, sub specie aeternitatis, como descansaría y comería un minuto antes de que el brutal porrazo 1a derribase muerta. Pero Rosa y Pinín yacían desolados, tendidos sobre la hierba, inútil en adelante. Miraban con rencor los trenes que pasaban, los alambres del telégrafo. Era aquel mundo desconocido, tan lejos de ellos por un lado y por otro, el que les llevaba su Cordera. El vìernes, al oscurecer, fue la despedida. Vino un encargado del rematante de Castilla por la res. Pagó; bebieron un trago Antón y el comisionado, y se sacó a la quintana la Cordera. Antón había apurado la botella; estaba exaltado; el peso del dinero en el bolsillo le animaba también. Quería aturdirse. Hablaba mucho, alababa las excelencias de la vaca. El otro sonreía, porque las alabanzas de Antón eran impertinentes. ¿Que daba la res tanto y tantos xarros de leche? ¿Que era noble en el yugo, fuerte con la carga? ¿Y qué, si dentro de pocos días había de estar reducida a chuletas y otros bocados suculentos? Antón no quería imaginar esto; se la figuraba viva, trabajando, sirviendo a otro labrador, olvidada de él y de sus hijos, pero viva, feliz . . . Pinín y Rosa, sentados sobre el montón de cucho, recuerdo para ellos sentimental de la Cordera y de los propios afanes, unidos por las manos, miraban al enemigo con ojos de espanto. En el supremo instante se arrojaron sobre su amiga; besos, abrazos: hubo de todo. No podían separarse de ella. Antón, agotada de pronto la excitación del vino, cayó como en un marasmo; cruzó los brazos, y entró en el corral oscuro. Los hijos siguieron un buen trecho por la calleja, de altos setos, el triste grupo del indiferente comisionado y la Cordera, que iba de mala gana con un desconocido y a tales horas. Por fin, hubo que separarse. Antón, malhumorado, clamaba desde casa: -¡Bah, bah, neños, acá vos digo; basta de pamemes! -así gritaba de lejos el padre, con voz de lágrimas. Caía la noche; por la calleja oscura, que hacían casi negra los altos setos, formando casi bóveda, se perdió el bulto de la Cordera, que parecía negra de lejos. Después no quedó de ella más que el tíntán pausado de la esquila, desvanecido con la distancia, entre los chirridos melancólicos de cigarras infinitas. -¡Adiós, Cordera! -gritaba Rosa deshecha en llanto-. ¡Adiós, Cordera de mío alma! -¡Adiós, Cordera! -repetía Pinín, no más sereno. -Adiós -contestó por último, a su modo, la esquila, perdiéndose su lamento triste, resignado, entre los demás sonidos de la noche de julio en la aldea-. Al día siguiente, muy temprano, a la hora de siempre, Pinín y Rosa fueron al prao Somonte. Aquella soledad no lo había sido nunca para ellos triste; aquel día, el Somonte sin la Cordera parecía el desierto. De repente silbó la máquina, apareció el humo, luego el tren. En un furgón cerrado, en unas estrechas ventanas altas o respiraderos, vislumbraron los hermanos gemelos cabezas de vacas que, pasmadas, miraban por aquellos tragaluces. -¡Adiós, Cordera! -gritó Rosa, adivinando allí a su amiga, a la vaca abuela. -¡Adiós, Cordera! -vociferó Pinín con la misma fe, enseñando los puños al tren, que volaba camino de Castilla. Y, llorando, repetía el rapaz, más enterado que su hermana de las picardías del mundo: -La llevan al Matadero . . . Carne de vaca. para comer los señores, los indianos. -¡Adiós, Cordera! -¡Adiós, Cordera! _ -Y Rosa y Pinín miraban con rencor la vía., el telégrafo, los símbolos de aquel mundo enemigo que les arrebataba, que les devoraba a su compañera de tantas soledades, de tantas ternuras silenciosas, para sus apetitos, para convertirla en manjares de ricos glotones . . . -¡Adiós, Cordera! . . -¡Adiós, Cordera! . . Pasaron muchos años. Pinín se hizo mozo y se lo llevó el rey. Ardía la guerra carlista. Antón de Chinta era casero de un cacique de los vencidos; no hubo influencia para declarar inútil a Pinín que, por ser, era como un roble. Y una tarde triste de octubre, Rosa en el prao Somonte, sola, esperaba el paso del tren correo de Gijón, que le llevaba a sus únicos amores, su hermano. Silbó a lo lejos la máquina, apareció el tren en la trinchera, pasó como un relámpago. Rosa, casi metida por las ruedas, pudo ver un instante en un coche de tercera, multitud de cabezas de pobres quintos que gritaban, gesticulaban, saludando a los árboles, al suelo, a los campos, a toda la patria familiar, a la pequeña. que dejaban para ír a morir en las luchas fratricidas de la patria grande, al servicio de un rey y de unas ideas que no conocían. Pinín, con medio cuerpo afuera de una ventanilla, tendió los brazos a su hermana; casi se tocaron. Y Rosa pudo oír entre el estrépito de las ruedas y la gritería de los reclutas la voz distinta de su hermano, que sollozaba exclamando. como inspirado por un recuerdo de dolor lejano: -Adiós, Rosa! . . . ¡Adiós, Cordera! -¡Adiós, Pinín! ¡Pinín de mío alma! . . . "Allá iba, como la otra, como la vaca abuela. Se lo llevaba el mundo. Carne de vaca para los glotones, para los indianos: carne de su alma, carne de cañón para las locuras del mundo, para las ambiciones ajenas." Entre confusiones de dolor y de ideas, pensaba así la pobre hermana viendo el tren perderse a lo lejos, silbando triste, con silbidos que repercutían los castaños, las vegas y los peñascos . . . ¡Qué sola se quedaba! Ahora sí, ahora sí, que era un desierto el prao Somonte. -¡Adiós, Pinín! ¡Adiós, Cordera! Con qué odio miraba Rosa la vía manchada de carbones apagados; con qué ira los alambres del telégrafo. ¡Oh!. bien hacía la Cordera en no acercarse. Aquello era el mundo, lo desconocido, que se lo llevaba todo. Y sin pensarlo, Rosa apoyó la cabeza sobre el palo clavado como un pendón en la punta del Somonte. El viento cantaba en las entrañas del pino seco su canción metálica. Ahora ya lo comprendía Rosa. Era canción de lágrimas, de abandono, de soledad, de muerte. En las vibraciones rápidas, como quejidos, creía oír, muy lejana, la voz que sollozaba por la vía adelante: -¡Adiós, Rosa! ¡Adiós, Cordera!
Género: Podcasting
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Mangabri
26:08 min
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Podcast: Literatura
Locución: Manuel López Castilleja Música: The scenary begins (Yiruma) Versión en vídeo en Youtube: http://www.youtube.com/watch?v=TBMyCtJjiBE A UN OLM O SECO Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo algunas hojas verdes le han salido. ¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero! Un musgo amarillento le mancha la corteza blanquecina al tronco carcomido y polvoriento. No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores. Ejército de hormigas en hilera va trepando por él, y en sus entrañas urden sus telas grises las arañas. Antes que te derribe, olmo del Duero, con su hacha el leñador, y el carpintero te convierta en melena de campana, lanza de carro o yugo de carreta; antes que rojo en el hogar, mañana, ardas en alguna mísera caseta, al borde de un camino; antes que te descuaje un torbellino y tronche el soplo de las sierras blancas; antes que el río hasta la mar te empuje por valles y barrancas, olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida. Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. Puedes ver el montaje audiovisual en: http://www.youtube.com/watch?v=-ILbILhIPqU
Género: Audiolibros y relatos
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Mangabri
02:04 min
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Podcast: Literatura
Voz: Manuel López Castilleja Fondo musical: Eric_Bowers_a_lost_memory jamendo.com LA TIERRA DE ALVARGONZÁLEZ Al poeta Juan Ramón Jiménez I Siend o mozo Alvargonzález, dueño de mediana hacienda, que en otras tierras se dice bienestar y aquí, opulencia, en la feria de Berlanga prendóse de una doncella, y la tomó por mujer al año de conocerla. Muy ricas las bodas fueron y quien las vio las recuerda; sonadas las tornabodas que hizo Alvar en su aldea; hubo gaitas, tamboriles, flauta, bandurria y vihuela, fuegos a la valenciana y danza a la aragonesa. II Feliz vivió Alvargonzález en el amor de su tierra. Naciéronle tres varones, que en el campo son riqueza, y, ya crecidos, los puso, uno a cultivar la huerta, otro a cuidar los merinos, y dio el menor a la Iglesia. III Mucha sangre de Caín tiene la gente labriega, y en el hogar campesino armó la envidia pelea. Casáronse los mayores; tuvo Alvargonzález nueras, que le trajeron cizaña, antes que nietos le dieran. La codicia de los campos ve tras la muerte la herencia; no goza de lo que tiene por ansia de lo que espera. El menor, que a los latines prefería las doncellas hermosas y no gustaba de vestir por la cabeza, colgó la sotana un día y partió a lejanas tierras. La madre lloró, y el padre diole bendición y herencia. IV Alvargonzález ya tiene la adusta frente arrugada, por la barba le platea la sombra azul de la cara. Una mañana de otoño salió solo de su casa; no llevaba sus lebreles, agudos canes de caza; iba triste y pensativo por la alameda dorada; anduvo largo camino y llegó a una fuente clara. Echóse en la tierra; puso sobre una piedra la manta, y a la vera de la fuente durmió al arrullo del agua. EL SUEÑO I Y Alvargonzález veía, como Jacob, una escala que iba de la tierra al cielo, y oyó una voz que le hablaba. Mas las hadas hilanderas, entre las vedijas blancas y vellones de oro, han puesto un mechón de negra lana. II Tres niños están jugando a la puerta de su casa; entre los mayores brinca un cuervo de negras alas. La mujer vigila, cose y, a ratos, sonríe y canta. —Hijos, ¿qué hacéis? —les pregunta. Ellos se miran y callan. —Subid al monte, hijos míos, y antes que la noche caiga, con un brazado de estepas hacedme una buena llama. III Sobre el lar de Alvargonzález está la leña apilada; el mayor quiere encenderla, pero no brota la llama. —Padre, la hoguera no prende, está la estepa mojada. Su hermano viene a ayudarle y arroja astillas y ramas sobre los troncos de roble; pero el rescoldo se apaga. Acude el menor, y enciende, bajo la negra campana de la cocina, una hoguera que alumbra toda la casa. IV Alvargonzález levanta en brazos al más pequeño y en sus rodillas lo sienta; —Tus manos hacen el fuego; aunque el último naciste tú eres en mi amor primero. Los dos mayores se alejan por los rincones del sueño. Entre los dos fugitivos reluce un hacha de hierro. AQUELLA TARDE... I Sobre los campos desnudos, la luna llena manchada de un arrebol purpurino, enorme globo, asomaba. Los hijos de Alvargonzález silenciosos caminaban, y han visto al padre dormido junto de la fuente clara. II Tiene el padre entre las cejas un ceño que le aborrasca el rostro, un tachón sombrío como la huella de un hacha. Soñando está con sus hijos, que sus hijos lo apuñalan; y cuando despierta mira que es cierto lo que soñaba. III A la vera de la fuente quedó Alvargonzález muerto. Tiene cuatro puñaladas entre el costado y el pecho, por donde la sangre brota, más un hachazo en el cuello. Cuenta la hazaña del campo el agua clara corriendo, mientras los dos asesinos huyen hacia los hayedos. Hasta la Laguna Negra, bajo las fuentes del Duero, llevan el muerto, dejando detrás un rastro sangriento, y en la laguna sin fondo, que guarda bien los secretos, con una piedra amarrada a los pies, tumba le dieron. IV Se encontró junto a la fuente la manta de Alvargonzález, y, camino del hayedo, se vio un reguero de sangre. Nadie de la aldea ha osado a la laguna acercarse, y el sondarla inútil fuera, que es la laguna insondable. Un buhonero, que cruzaba aquellas tierras errante, fue en Dauria acusado, preso y muerto en garrote infame. V Pasados algunos meses, la madre murió de pena. Los que muerta la encontraron dicen que las manos yertas sobre su rostro tenía, oculto el rostro con ellas. VI Los hijos de Alvargonzález ya tienen majada y huerta, campos de trigo y centeno y prados de fina hierba; en el olmo viejo, hendido por el rayo, la colmena, dos yuntas para el arado, un mastín y mil ovejas. OTROS DÍAS I Ya están las zarzas floridas y los ciruelos blanquean; ya las abejas doradas liban para sus colmenas, y en los nidos, que coronan las torres de las iglesias, asoman los garabatos ganchudos de las cigüeñas. Ya los olmos del camino y chopos de las riberas de los arroyos, que buscan al padre Duero, verdean. El cielo está azul, los montes sin nieve son de violeta. La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza; muerto está quien la ha labrado, mas no le cubre la tierra. II La hermosa tierra de España adusta, fina y guerrera Castilla, de largos ríos, tiene un puñado de sierras entre Soria y Burgos como reductos de fortaleza, como yelmos crestonados, y Urbión es una cimera. III Los hijos de Alvargonzález, por una empinada senda, para tomar el camino de Salduero a Covaleda, cabalgan en pardas mulas, bajo el pinar de Vinuesa. Van en busca de ganado con que volver a su aldea, y por tierra de pinares larga jornada comienzan. Van Duero arriba, dejando atrás los arcos de piedra del puente y el caserío de la ociosa y opulenta villa de indianos. El río. al fondo del valle, suena, y de las cabalgaduras los cascos baten las piedras. A la otra orilla del Duero canta una voz lastimera: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra.» IV Llegados son a un paraje en donde el pinar se espesa, y el mayor, que abre la marcha, su parda mula espolea, diciendo: —Démonos prisa; porque son más de dos leguas de pinar y hay que apurarlas antes que la noche venga. Dos hijos del campo, hechos a quebradas y asperezas, porque recuerdan un día la tarde en el monte tiemblan. Allá en lo espeso del bosque otra vez la copla suena: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra». V Desde Salduero el camino va al hilo de la ribera; a ambas márgenes del río el pinar crece y se eleva, y las rocas se aborrascan, al par que el valle se estrecha. Los fuertes pinos del bosque con sus copas gigantescas y sus desnudas raíces amarradas a las piedras; los de troncos plateados cuyas frondas azulean, pinos jóvenes; los viejos, cubiertos de blanca lepra, musgos y líquenes canos que el grueso tronco rodean, colman el valle y se pierden rebasando ambas laderas Juan, el mayor, dice: —Hermano, si Blas Antonio apacienta cerca de Urbión su vacada, largo camino nos queda. —Cuando hacia Urbión alarguemos se puede acortar de vuelta, tomando por el atajo, hacia la Laguna Negra y bajando por el puerto de Santa Inés a Vinuesa. —Mala tierra y peor camino. Te juro que no quisiera verlos otra vez. Cerremos los tratos en Covaleda; hagamos noche y, al alba, volvámonos a la aldea por este valle, que, a veces, quien piensa atajar rodea. Cerca del río cabalgan los hermanos, y contemplan cómo el bosque centenario, al par que avanzan, aumenta, y la roqueda del monte el horizonte les cierra. El agua, que va saltando, parece que canta o cuenta: «La tierra de Alvargonzález se colmará de riqueza, y el que la tierra ha labrado no duerme bajo la tierra». CASTIGO I Aunque la codicia tiene redil que encierre la oveja, trojes que guarden el trigo, bolsas para la moneda, y garras, no tiene manos que sepan labrar la tierra. Así, a un año de abundancia siguió un año de pobreza. II En los sembrados crecieron las amapolas sangrientas; pudrió el tizón las espigas de trigales y de avenas; hielos tardíos mataron en flor la fruta en la huerta, y una mala hechicería hizo enfermar las ovejas. A los dos Alvargonzález maldijo Dios en sus tierras, y al año pobre siguieron largos años de miseria. III Es una noche de invierno. Cae la nieve en remolinos. Los Alvargonzález velan un fuego casi extinguido. El pensamiento amarrado tienen a un recuerdo mismo, y en las ascuas mortecinas del hogar los ojos fijos. No tienen leña ni sueño. Larga es la noche y el frío arrecia. Un candil humea en el muro ennegrecido. El aire agita la llama, que pone un fulgor rojizo sobre las dos pensativas testas de los asesinos. El mayor de Alvargonzález, lanzando un ronco suspiro, rompe el silencio, exclamando: —Hermano, ¡qué mal hicimos! El viento la puerta bate hace temblar el postigo, y suena en la chimenea con hueco y largo bramido. Después, el silencio vuelve, y a intervalos el pabilo del candil chisporrotea en el aire aterecido. El segundo dijo: —Hermano, ¡demos lo viejo al olvido! EL VIAJERO I Es una noche de invierno. Azota el viento las ramas de los álamos. La nieve ha puesto la tierra blanca. Bajo la nevada, un hombre por el camino cabalga; va cubierto hasta los ojos, embozado en negra capa. Entrado en la aldea, busca de Alvargonzález la casa, y ante su puerta llegado, sin echar pie a tierra, llama. II Los dos hermanos oyeron una aldabada a la puerta, y de una cabalgadura los cascos sobre las piedras. Ambos los ojos alzaron llenos de espanto y sorpresa. —¿Quién es? Responda —gritaron. —Miguel —respondieron fuera. Era la voz del viajero que partió a lejanas tierras. III Abierto el portón, entróse a caballo el caballero y echó pie a tierra. Venía todo de nieve cubierto. En brazos de sus hermanos lloró algún rato en silencio. Después dio el caballo al uno, al otro, capa y sombrero, y en la estancia campesina buscó el arrimo del fuego. IV El menor de los hermanos, que niño y aventurero fue más allá de los mares y hoy torna indiano opulento, vestía con negro traje de peludo terciopelo, ajustado a la cintura por ancho cinto de cuero. Gruesa cadena formaba un bucle de oro en su pecho. Era un hombre alto y robusto, con ojos grandes y negros llenos de melancolía; la tez de color moreno, y sobre la frente comba enmarañados cabellos; el hijo que saca porte señor de padre labriego, a quien fortuna le debe amor, poder y dinero. De los tres Alvargonzález era Miguel el más bello; porque al mayor afeaba el muy poblado entrecejo bajo la frente mezquina, y al segundo, los inquietos ojos que mirar no saben de frente, torvos y fieros. V Los tres hermanos contemplan el triste hogar en silencio; y con la noche cerrada arrecia el frío y el viento. —Hermanos, ¿no tenéis leña? —dice Miguel. —No tenemos —responde el mayor. Un hombre, milagrosamente, ha abierto la gruesa puerta cerrada con doble barra de hierro. El hombre que ha entrado tiene el rostro del padre muerto. Un halo de luz dorada orla sus blancos cabellos. Lleva un haz de leña al hombro y empuña un hacha de hierro. EL INDIANO I De aquellos campos malditos, Miguel a sus dos hermanos compró una parte, que mucho caudal de América trajo, y aun en tierra mala, el oro luce mejor que enterrado, y más en mano de pobres que oculto en orza de barro. Diose a trabajar la tierra con fe y tesón el indiano, y a laborar los mayores sus pegujales tornaron. Ya con macizas espigas, preñadas de rubios granos, a los campos de Miguel tornó el fecundo verano; y ya de aldea en aldea se cuenta como un milagro, que los asesinos tienen la maldición en sus campos. Ya el pueblo canta una copla que narra el crimen pasado: «A la orilla de la fuente lo asesinaron. ¡qué mala muerte le dieron los hijos malos! En la laguna sin fondo al padre muerto arrojaron. No duerme bajo la tierra el que la tierra ha labrado». II Miguel, con sus dos lebreles y armado de su escopeta, hacia el azul de los montes, en una tarde serena, caminaba entre los verdes chopos de la carretera, y oyó una voz que cantaba: «No tiene tumba en la tierra. Entre los pinos del valle del Revinuesa, al padre muerto llevaron hasta la Laguna Negra». LA CASA I La casa de Alvargonzález era una casona vieja, con cuatro estrechas ventanas, separada de la aldea cien pasos y entre dos olmos que, gigantes centinelas, sombra le dan en verano, y en el otoño hojas secas. Es casa de labradores, gente aunque rica plebeya, donde el hogar humeante con sus escaños de piedra se ve sin entrar, si tiene abierta al campo la puerta. Al arrimo del rescoldo del hogar borbollonean dos pucherillos de barro, que a dos familias sustentan. A diestra mano, la cuadra y el corral; a la siniestra, huerto y abejar, y, al fondo, una gastada escalera, que va a las habitaciones partidas en dos viviendas. Los Alvargonzález moran con sus mujeres en ellas. A ambas parejas que hubieron, sin que lograrse pudieran, dos hijos, sobrado espacio les da la casa paterna. En una estancia que tiene luz al huerto, hay una mesa con gruesa tabla de roble, dos sillones de vaqueta, colgado en el muro, un negro ábaco de enormes cuentas, y unas espuelas mohosas sobre un arcón de madera. Era una estancia olvidada donde hoy Miguel se aposenta. Y era allí donde los padres veían en primavera el huerto en flor, y en el cielo de mayo, azul, la cigüeña —cuando las rosas se abren y los zarzales blanquean— que enseñaba a sus hijuelos a usar de las alas lentas. Y en las noches del verano, cuando la calor desvela, desde la ventana al dulce ruiseñor cantar oyeran. Fue allí donde Alvargonzález, del orgullo de su huerta y del amor a los suyos, sacó sueños de grandeza. Cuando en brazos de la madre vio la figura risueña del primer hijo, bruñida de rubio sol la cabeza, del niño que levantaba las codiciosas, pequeñas manos a las rojas guindas y a las moradas ciruelas, o aquella tarde de otoño, dorada, plácida y buena, él pensó que ser podría feliz el hombre en la tierra. Hoy canta el pueblo una copla que va de aldea en aldea: «¡Oh casa de Alvargonzález, qué malos días te esperan; casa de los asesinos, que nadie llame a tu puerta!» II Es una tarde de otoño. En la alameda dorada no quedan ya ruiseñores; enmudeció la cigarra. Las últimas golondrinas, que no emprendieron la marcha, morirán, y las cigüeñas de sus nidos de retamas, en torres y campanarios, huyeron. Sobre la casa de Alvargonzález, los olmos sus hojas que el viento arranca van dejando. Todavía las tres redondas acacias, en el atrio de la iglesia, conservan verdes sus ramas, y las castañas de Indias a intervalos se desgajan cubiertas de sus erizos; tiene el rosal rosas grana otra vez, y en las praderas brilla la alegre otoñada. En laderas y en alcores, en ribazos y en cañadas, el verde nuevo y la hierba, aún del estío quemada, alternan; los serrijones pelados, las lomas calvas, se coronan de plomizas nubes apelotonadas; y bajo el pinar gigante, entre las marchitas zarzas y amarillentos helechos, corren las crecidas aguas a engrosar el padre río por canchales y barrancas. Abunda en la tierra un gris de plomo y azul de plata, con manchas de roja herrumbre, todo envuelto en luz violada. ¡Oh tierras de Alvargonzález, en el corazón de España, tierras pobres, tierras tristes, tan tristes que tienen alma! Páramo que cruza el lobo aullando a la luna clara de bosque a bosque, baldíos llenos de peñas rodadas, donde roída de buitres brilla una osamenta blanca; pobres campos solitarios sin caminos ni posadas, ¡oh pobres campos malditos, pobres campos de mi patria! LA TIERRA I Una mañana de otoño, cuando la tierra se labra, Juan y el indiano aparejan las dos yuntas de la casa. Martín se quedó en el huerto arrancando hierbas malas. II Una mañana de otoño, cuando los campos se aran, sobre un otero, que tiene el cielo de la mañana por fondo, la parda yunta de Juan lentamente avanza. Cardos, lampazos y abrojos, avena loca y cizaña, llenan la tierra maldita, tenaz a pico y a escarda. Del corvo arado de roble la hundida reja trabaja con vano esfuerzo; parece, que al par que hiende la entraña del campo y hace camino se cierra otra vez la zanja. «Cuando el asesino labre será su labor pesada; antes que un surco en la tierra, tendrá una arruga en su cara». III Martín, que estaba en la huerta cavando, sobre su azada quedó apoyado un momento; frío sudor le bañaba el rostro. Por el Oriente, la luna llena, manchada de un arrebol purpurino, lucía tras de la tapia del huerto. Martín tenía la sangre de horror helada. La azada que hundió en la tierra teñida de sangre estaba. IV En la tierra en que ha nacido supo afincar el indiano; por mujer a una doncella rica y hermosa ha tomado. La hacienda de Alvargonzález ya es suya, que sus hermanos todo le vendieron: casa, huerto, colmenar y campo. LOS ASESINOS I Juan y Martín, los mayores de Alvargonzález, un día pesada marcha emprendieron con el alba, Duero arriba. La estrella de la mañana en el alto azul ardía. Se iba tiñendo de rosa la espesa y blanca neblina de los valles y barrancos, y algunas nubes plomizas a Urbión, donde el Duero nace, como un turbante ponían. Se acercaban a la fuente. El agua clara corría, sonando cual si contara una vieja historia, dicha mil veces y que tuviera mil veces que repetirla. Agua que corre en el campo dice en su monotonía: Yo sé el crimen, ¿no es un crimen, cerca del agua, la vida? Al pasar los dos hermanos relataba el agua limpia: «A la vera de la fuente Alvargonzález dormía». II —Anoche, cuando volvía a casa— Juan a su hermano dijo—, a la luz de la luna era la huerta un milagro. Lejos, entre los rosales, divisé un hombre inclinado hacia la tierra; brillaba una hoz de plata en su mano Después irguióse y, volviendo el rostro, dio algunos pasos por el huerto, sin mirarme, y a poco lo vi encorvado otra vez sobre la tierra. Tenía el cabello blanco. La luz llena brillaba, y era la huerta un milagro. III Pasado habían el puerto de Santa Inés, ya mediada la tarde, una tarde triste de noviembre, fría y parda. Hacia la Laguna Negra silenciosos caminaban. IV Cuando la tarde caía, entre las vetustas hayas, y los pinos centenarios, un rojo sol se filtraba. Era un paraje de bosque y peñas aborrascadas; aquí bocas que bostezan o monstruos de tierras garras; allí una informe joroba, allá una grotesca panza, torvos hocicos de fieras y dentaduras melladas, rocas y rocas, y troncos y troncos, ramas y ramas. En el hondón del barranco la noche, el miedo y el agua. V Un lobo surgió, sus ojos lucían como dos ascuas. Era la noche, una noche húmeda, oscura y cerrada. Los dos hermanos quisieron volver. La selva ululaba. Cien ojos fieros ardían en la selva, a sus espaldas. VI Llegaron los asesinos hasta la Laguna Negra, agua transparente y muda que enorme muro de piedra, donde los buitres anidan y el eco duerme, rodea; agua clara donde beben las águilas de la sierra, donde el jabalí del monte y el ciervo y el corzo abrevan; agua pura y silenciosa que copia cosas eternas; agua impasible que guarda en su seno las estrellas. ¡Padre!, gritaron; al fondo de la laguna serena cayeron, y el eco ¡padre! repitió de peña en peña.
Género: Podcasting
Canal: Poemas, relatos y audiolibros en español
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Propuesto por:
Mangabri
27:07 min
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