Un estudio y una reflexión de su propia vida como consecuencia de una profunda y cuidada educación humanista brindada por su progenitor. Reflexión esta que se caracteriza por ser una forma de introspección, mediante la cual se puede alcanzar el mejor modo de vivir y, por qué no, de morir.
En su preludio de los Ensayos, Montaigne advierte que su propósito, en tal obra, no es otro que el de hacer una pintura de sí mismo: “píntome a mí mismo (…) yo mismo soy la materia de mi libro”. Un autorretrato que se va pintando a través de toda su obra sin atisbos de vanidad o presunción, sino más bien con una humildad y una naturalidad dignas de encomio. La misma naturalidad que le llevará por derroteros contrarios a la retórica tradicional que tanta importancia le ha dado a los sistemas doctrinarios y conceptuales desde tiempos antiguos.
Frente a ello, Montaigne busca promover un espíritu vivo y un pensamiento crítico entre sus coetáneos de la Modernidad, así como acontecerá con las generaciones venideras. Un pensamiento sobre la vida que no la dé por acabada, una vez pensada, sino que se llegue a ver como algo “modelable”, vital y, a través del pensamiento y de la escritura, ésta sigue siendo múltiples actividades, acto creador y, ante todo, vida. Vida que ha de ser comprendida y reflexionada para seguir desarrollándose y creando, por esto Montaigne escribe sus Ensayos con el designio de “comprender y comprenderse a sí mismo y hacerlo a través de la escritura”.
Una escritura como práctica vital que invita a la discusión abierta, al debate y a la divagación acerca de mil y uno temas ya que su obra trata asuntos tan variados como: la amistad, el amor, la muerte, la filosofía, las enfermedades, los estados de ánimo, la importancia de los clásicos, la mala retórica…, en suma, una obra casi perfecta en la que se nos invita a la reflexión y a la introspección y que tantos pensadores tomarán como ejemplo.
A diferencia de sus contemporáneos, que se caracterizan por el dogmatismo y la racionalidad con la que quieren tratar cualquier tema, el pensador francés invita a la subjetividad y a la intimidad de uno mismo; subjetividad esta que permitirá abrir un diálogo entre él y sus lectores acerca de todo aquello que hemos tenido como cierto hasta el momento y que habremos de poner en tela de juicio mediante un escepticismo moderado.
“Que sais –je?” Esta es la premisa desde la cual hemos de partir, con el fin de comprender mejor todo lo que nos rodea, así como a nosotros mismos. Montaigne es el precursor de una forma de pensar, escribir, sentir y vivir que se caracterizan por romper con una demanda de “sistematicidad filosófica” y “fundamentación racional”, así como con las falsas certidumbres que quieren colocarnos en una vanal cotidianidad sin compromiso alguno, llena de banalización, opiniones y hábitos comunes no sometidos a juicio ni reflexión alguna.
Así, el ensayo es un género literario pero sobre todo una actitud de examen continua hacia uno mismo y hacia todo lo que le rodea [4] pues se escribe y reflexiona acerca de las experiencias que van haciendo a uno mismo y que , en cierto modo, le determinarán para no ser el mismo que fue ayer.
Pues bien, podemos considerar estos escritos y pensamientos del filósofo francés como una nueva forma de hacer retórica, una buena retórica, que invita al subjetivismo y a la intimidad, a la introspección, a la capacidad de juicio y crítica frente a la retórica tradicional caracterizadas por el dogmatismo, los prejuicios y la mentira.
De esa forma, la “nueva retórica” vendría a caracterizarse por no llevar a cabo un discurso filosófico de forma lineal y unívoca, tendiendo a un fin ya impuesto, sino que invita al diálogo de aquél que escribe y aquellos que le leen. Y es que podemos decir que nuestra cultura occidental descansa sobre los cimientos de su “pensar ensayístico” que desde un primer momento supo invitar al solaz de la introspección como remedio a una retórica tradicional que busca engañar el juicio del pueblo. Y es que buscando la debilidad de juicio y de ánimo de éste es como pretende persuadir y convencer a toda costa haciendo que la esencia de las cosas mismas termine por corromperse.
En aquellos Estados donde la reflexión sea errada o nula, allá abundará el arte de la mala retórica o, como dijera Platón, del engaño. Para Montaigne la retórica no es más que un conjunto de expresiones y discursos hueros que tiene éxito en aquellos Estados débiles y enfermizos en los que los oradores engrandecen vilmente el arte de mentir, llegando a usarse con mayor dominio dicho arte antes que las armas.
De esta forma, la mala retórica es aquella que se lleva a cabo cuando aquellos que poseen una gran capacidad de elocuencia utilizan las palabras para manipular al pueblo que apenas tiene formado el juicio, pues carece de capacidad crítica. La retórica que propone Montaigne en su obra, de forma implícita, se caracteriza por su novedad, ya que se trata de dar forma a la vida a través de la escritura, porque el autor se propone escribir los Ensayos con la intención de comprender y de comprenderse a sí mismo a través de la escritura; de invitar al diálogo con uno mismo, y del escritor con su lector, con el designio de pensar una vez más las cosas y, si es posible, esta vez en mayor profundidad.
Heredero de una educación clásica latina, el filósofo francés expresa en sus Ensayos el deseo del conocimiento del yo, esto es, de la aprehensión genuina e insustituible. Para que esto se lleve a cabo procederá, mediante un diálogo con los clásicos, consigo mismo y con el lector, a rechazar todas las ideas y doctrinas establecidas, reprobando toda experiencia ajena, no aceptando, en definitiva, más que su experiencia personal.
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