No se sabe qué produjo más espanto a los ciudadanos de Chicago hace 24 años: si el hecho de que 33 jóvenes hubieran muerto salvajemente torturados o el de descubrir que su asesino era uno de los vecinos más amables, caritativos y respetables del lugar.
Nació en Chicago en 1942 en el seno de una familia de clase media, su padre alcohólico (odiaba a los homosexuales) y se mofaba de él llamándole “nena”, en una ocasión que salieron de pesca, su padre culpó a John por no haber conseguido pescar ni un solo pez, por ello le culpó y azotó. John intentaba llamar su atención fingiendo a menudo que se encontraba enfermo pero no conseguía el afecto ni cuidados que el esperaba por parte de su padre. Por lo que se presume que no tuvo una infancia demasiado normal y feliz. John probó su perspicacia y capacidad de negocio como vendedor y se hizo a sí mismo como un hombre de negocios en su empresa de albañilería y decoración y dedicaba su tiempo libre a armonizar fiestas de niños disfrazado de payaso asi como a los niños del hospital local, conocido por todos como el payaso Pogo e incluso llegó a ser hombre del año y partidario entusiástico del partido democrático local. Comenzó sus andanzas merodeando por zonas de encuentros homosexuales a quienes invitaba a su casa, les embriaga y más tarde, violaba y asesinaba. Sádico hasta la médula, pues metía a los jóvenes maniatados en la bañera con una bolsa de plástico en la cabeza y cuando ya estaban casi ahogados los revivía para torturarlos. En 1977 una víctima Jeffrey Ringall, de dudosa reputación logró sobrevivir a las agresiones e informó a la policía del intento de John por matarle pero no le hicieron demasiado caso. Un año después, una de las madres de los chicos desaparecidos alertó a la policía de que horas antes de su desaparición, el chico tenía una cita con John Gacy, quien le había ofrecido trabajo, entonces la policía comenzó la investigación. Tras una orden de registro, la policía consiguió entrar en la casa de John y nada más entrar sintieron un hedor insoportable que invadía todas las habitaciones, siguieron el olor que les condujo al sótano donde encontraron 3 cuerpos en estado avanzado de descomposición. De inmediato fue arrestado. Los investigadores cavaron en el jardín donde hallaron 25 cuerpos más y 5 en un río cercano. Las edades de las víctimas oscilaban entre los 7 y 29 años. Durante los interrogatorios de la policía John confesó que no lo había hecho él, había otro yo en él, denominado por John como el gato Hanley, “Gato era el asesino que hizo aquellas malvadas cosas”. John admitió guardar los cuerpos muertos debajo de su cama o en el ático durante horas antes de enterrarlos. El 10 de mayo de 1994 se le puso una inyección letal, sus últimas palabras: “Besame el culo”.
John Wayne Gacy, quien confesó haber cometido al menos 33 asesinatos, es tal vez uno de los asesinos seriales más crueles, sádicos y empobrecidos moralmente de la historia criminal del mundo.
Era, al parecer, el individuo perfecto. Se vestía de payaso para las fiestas infantiles de su vecindario (y se hacía llamar “Pogo“) y era dueño de una pequeña compañía de construcción. Es, en pocas palabras, uno de los asesinos seriales que mejor han logrado “esconder” su faceta criminal. Solía participar en actividades comunitarias y cuando los vecinos de Gacy se enteraron de su arresto, no hubo uno solo que no se sorprendiera. Era, a los ojos de todos, el vecino perfecto, el esposo ideal y un miembro muy valorado por su comunidad.
Se trata de unos de los asesinos del tipo “organizado”. Es decir: aquellos que planean sus fechorías, se proveen de los medios necesarios para llevarlas a cabo y que dejan pocas huellas. Una vez que una de sus víctimas caía en sus redes, no había vuelta atrás: Su muerte era segura.
Disfrutaba esposar a sus víctimas, violarlas de forma anal (Gacy era homosexual), golpearlas hasta que sus rostros eran una masa pulposa de carne irreconocible. Luego, en un acto de locura (dada la situación), les ofrecía emparedados de crema de maní, les recitaba versos de la Biblia y, al final, los estrangulaba hasta que morían.
En 1978, debido a su “buen corazón” dejó escapar a una de sus víctimas, quien lo delató. Al realizar una búsqueda exhaustiva en la casa de Gacy, hallaron 30 cadáveres enterrados bajo el espacio de su casa (Recordemos que muchas casas norteamericanas son de madera, y para evitar que la humedad dañe la estructura, hay un espacio entre la casa y el suelo).
Gacy estaba casado y su esposa se quejaba continuamente del mal olor, pero Gacy le salía siempre con cuentos de gases sulfurosos, tuberías en mal estado y cosas parecidas.
Tras ser aprendido, John Wayne Gacy comenzó una carrera como artista, dibujando, principalmente, cuadros multicolores donde aparecían payasos. Sus “obras maestras” fueron exhibidas en diversas galerías de arte a lo largo y ancho de los Estados Unidos, y son objetos invaluables de memorabilia para los amantes de lo mórbido.
John Wayne Gacy fue ejecutado mediante la inyección letal en 1994.
En 1998, hallaron más cadáveres en el patio trasero de la casa de Gacy. Se contabilizaron cuatro cuerpos más que, por supuesto, fueron a la cuenta de Gacy.
Muchos piensan que 33 ó 34 cadáveres es un número muy pequeño para la violencia y velocidad con que Gacy cometía sus crímenes. Por lo general asesinaba adolescentes que se prostituían con homosexuales, y algunos piensan que pudo haber matado a 70 o más, y que la mayoría están escondidos en las construcciones de las que Gacy se hacía cargo.
Nunca se sabrá la verdad. De Gacy no quedan más que sus cuadros de payasos y una leyenda cuya extensión se va haciendo más grande con el tiempo. Tal vez no sea el asesino serial con más cadáveres en su cuenta, pero sí es uno de los más sádicos de que se tiene noticia y hay pocos que se le puedan comparar tanto en inteligencia como en perversidad.
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